La leyenda mexicana presentada es un cuento moralizante, breve y sencillo, pero muy ingenioso, bien contado y amable a pesar de su final. Sin embargo, llama la atención que gran parte de las numerosas “historias” que en todas las culturas y desde los más lejanos tiempos existen sobre los murciélagos tienen carácter peyorativo, tal vez con la excepción de China, donde estos mamíferos voladores son símbolo de felicidad. “Los habitantes siniestros de la noche”, “los ratones ciegos” –la palabra murciélago proviene etimológicamente de dos términos latinos mus, muris (ratón) y caecus(ciego)-. han causado y siguen causando, por lo menos, repugnancia y repulsión. Pero si se trata de las tres únicas especies que se alimentan de sangre, los llamados vampiros, nos topamos con verdaderos iconos de toda una literatura o cine del más decantado terror.
Cuenta la leyenda que el murciélago hace mucho tiempo fue el ave más bella de la Creación.
El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy, y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como “mariposa desnuda”).
Una vez existió un hermoso murciélago. Era la criatura más bella de la creación, ya que en su afán por parecerse al resto de las aves, subió al cielo y solicitó al creador poseer plumas. Éste le contestó que tenía su permiso para solicitar a otras aves sus mejores plumas. Y así lo hizo. Se dedicó a pedir las plumas de aquellos especímenes más vistosos y coloridos.
Tras un tiempo de recolección, el murciélago lucía, ufano, su nuevo y espectacular aspecto. Revoloteaba por toda la tierra recreándose en su imagen. Incluso, en una ocasión, con el eco de su vuelo provocó un maravilloso arco iris. Todos los animales lo observaban fascinados por su deslumbrante imagen. No obstante, los halagos comenzaron a hacer mella en él. La soberbia se apoderó de su raciocinio. Miraba con desprecio al resto de las aves, a las que consideraba inferiores a él por su belleza.
Percibía que ningún otro animal estaba a su altura. Hasta reprochó al colibrí que no eran tan agraciado como él. Consideraba que no existía otra cualidad más importante que no fuera el aspecto físico. El resto de aves se sentían humilladas ante el vuelo del murciélago. Su continuo pavoneo se hizo insoportable para todo el reino animal, y sus ofensas llegaron a oídos del creador. Éste decidió intervenir.
Tras observar la actitud del bello murciélago, lo hizo llamar y subir al cielo. Éste se sintió halagado al verse requerido por el ser supremo y su ego se elevó con él. Ante la presencia del creador, comenzó a aletear con una alegría desbordada. Aleteó una y otra vez, desprendiéndose, inconscientemente, de todas sus bellas plumas.
De pronto, se descubrió desnudo, como al principio de los tiempos. Avergonzado, descendió a la tierra, refugiándose en las cuevas y negándose la visión. Durante días, llovieron plumas de colores que éste no quiso observar, procurando olvidar lo hermoso que un día fue. Desde entonces, el murciélago vivió recluido en la oscuridad, lamentando su egoísta actitud.
Según nos cuenta Tito Livio en su Ab Urbe Condita, en el año 362 a. C se abrió en el centro del Foro, un gran agujero que amenazaba con tirar abajo los edificios cercanos. Los romanos intentaron taparlo arrojando a su interior enormes cantidades de arena pero nunca terminaba por llenarse. Como no sabían que hacer recurrieron a un oráculo, el cual les dijo que tendrían que sacrificar “lo que constituía la mayor fuerza del pueblo romano”. A pesar de ello, y como es normal en la antigüedad, nadie comprendía el significado de estas palabras. Pero hubo un ciudadano que sí las entendió. Se llamaba Marco Curcio y era uno de los generales más importantes de aquella reciente República. Así pues, portando sus mejores armas y montado a caballo, no dudo en arrojarse dentro de la sima demostrando a todo el mundo que el bien superior de los romanos residía en las armas y el valor. Nada más hacerlo el gran agujero pudo ser rellenado formándose allí un lago, que tomó el nombre de su héroe: El Lago Curcio (Lacus Curtius). En sus orillas nacieron tres árboles, una higuera, una viña y un olivo, símbolos de la cultura romana. Y además en algunas festividades los romanos arrojaban a su interior monedas para que el genio mágico del lago estuviera contento.
M. Curcio es el nombre del héroe que protagonizaba un mito topográfico inventado para explicar el nombre del Lacus Curtius, un misterioso agujero que se hallaba en el centro del Foro Romano. Algunos hacían de Curcio un sabino que, durante la guerra entre Tacio y Rómulo derivada del episodio conocido como “el rapto de las sabinas”, hubo de abandonar su caballo cuando estaba casi hundido en el lago.
Sin embargo, la versión más extendida es aquella que fue transmitida por Tito Livio y Varrón, sobre todo por el primero, y que narra una historia que tuvo lugar durante la época de la República romana y que cuenta el momento en el que la tierra se abrió en el centro del Foro, formando un enorme abismo que nada ni nadie podía volver a cubrir, resultando en vano todos los esfuerzos que los romanos intentaban llevar a cabo.
Ante la desesperación, el pueblo decidió consultar a un oráculo, el cual declaró que, para que el abismo pudiese ser cerrado, los ciudadanos deberían precipitar en él aquello que tuviesen de más valor.
En esta ocasión, un joven, llamado M. Curtius, entendió que lo más valioso que tenía Roma en aquellos momentos era su juventud y sus soldados por lo que, sin dudarlo, decidió inmolarse por el bien común.
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De este modo, montando un caballo y ante todo el pueblo congregado, se inmoló congregándose a los dioses ctónicos y, acto seguido, el precipicio volvió a cerrarse sobre él, dejando tan sólo un pequeño lago que, en honor del joven, pasó a llamarse “Lacus Curtius”. En sus márgenes, brotaron una higuera, un olivo y una vid, símbolos de la cultura romana.
A lo largo del Imperio, existía la costumbre de arrojar unas monedas al lago como ofrenda a Curtius, considerado desde entonces como el “genio del lugar”.
Aquí situaban los antiguos una entrada al Infierno.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: Lacus Curtius, la entrada al Infierno en Roma)
Los detalles sobre el Lacus Curtius, como su origen y su significado, se han perdido en las brumas del tiempo. Incluso en la época republicana tardía, hace unos dos mil años, estos detalles eran ya turbios. Se sabe, eso sí, que hubo una familia patricia romana conocida como Gens Curtia que probablemente estuvo relacionada con este inquietante lugar.
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El historiador Tito Livio relata una curiosa leyenda: un oráculo predijo la caída de Roma, que solo podría sobrevivir a costa de sacrificar aquello que más quería. Un siniestro agujero se abrió entonces en el corazón de la ciudad, dispuesto a aceptar el sacrificio.
Marcus Curtius reconoció que lo más querido de Roma eran sus soldados valientes jóvenes y así, vestido con armadura de combate, montó en su caballo y se arrojó al pozo. El valiente romano murió, pero Roma se salvó.
No es la única leyenda pero sí la más famosa, refrendada por un relieve hallado en el Foro donde se ve a Curtius afrontando su destino.
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Sin embargo, aunque sea decepcionante para muchos, no hay ninguna puerta al inframundo aquí. El Foro se construyó en el siglo VII a.C. tras drenar una zona pantanosa. Después fue pavimentado. La losa de piedra que sella el pozo es una tapa de alcantarilla ignorada por la mayor parte de turistas que viajan a Roma.
7- SPREAKER
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ANTONIO CENIZA ALFONSO
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