Misterio 51 Programa T3x20 El Lobo,75 Escalones, La Investigación en grupo, Historia, Leyendas y Relatos.EN MI SECCIÓN: LEYENDAS Y MISTERIOS DE ANTONIO CENIZA OS HABLO DE: LA LEYENDA DE LA PEÑA O PIEDRA DEL MORO, TOLEDO, minuto: 54:25.
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Misterio 51 Programa T3x20 El Lobo,75 Escalones, La Investigación en grupo, Historia, Leyendas y Relatos. Un viaje por El Lobo sus leyendas sus caracteristicas, Luis Merino y su sección de análisis fotográfico, Días que Cambiaron el mundo Julio Verne, Antonio Ceniza y una nueva Leyenda, Nieves Guijarro y un nuevo Talismán el Cocodrilo, y la entrevista de esta semana a Vicente Soler y susana de 75 Escalones.
En un torreón junto al río Tajo, Toledo recuerda una de las más famosas leyendas de la historia de España, la de Florinda La Cava. Allí cuentan que don Rodrigo, último rey de los godos, vio bañarse a la bella hija del conde Don Julián y se dice que en lo alto de esta puerta de un antiguo puente de barcas se veía en noches de luna llena el espectro de la desdichada joven.
La Cava, llamada así por los árabes y cuyo nombre significa «mala mujer», había salido con sus doncellas por los jardines de su residencia y decidió darse un baño sin percatarse de que don Rodrigo la contemplaba. La visión de la bella joven «abrasóle» al monarca que, obsesionado con la muchacha, acabaría por forzarla. «Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo», señala el Romancero Español que achaca a este ultraje el posterior desastre en la batalla de Guadalete y el fin del reino visigodo: «De la pérdida de España / fue aquí funesto principio»
(FOTO SUPERIOR: Torreón del Baño de la Cava ,Toledo)
LA LEYENDA:
«Ya desde el siglo X circula entre los escritores cristianos asentados en zona mozárabe un relato de origen incierto que recoge como desencadenante de la invasión musulmana la violación de la hija del Conde Olián, gobernador de Tánger y Ceuta», señala Helena Establier Pérez en un estudio sobre la Leyenda de La Cava, recogido por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
«Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido», señala el Romancero sin aclarar si hubo o no violación, algo que sí se señala en otras crónicas, como en «La verdadera historia del rey Don Rodrigo» (1589), de Miguel de Luna. Otras versiones señalan, en cambio, que fue la joven quien sedujo a Don Rodrigo y que éste logró «yacer con ella» bajo promesa de matrimonio, pero no cumplió lo prometido.
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«La Cava», como la llama por primera vez Pedro del Corral en la Crónica Sarracina (1430), acabó contándole a su padre por carta su agravio o este se enteró por boca de otros, según quién lo cuente. Furioso, Don Julián, facilitó la entrada en la península de las tropas de Táriq ibn Ziyad, el general musulmán de Muza que en el verano de 711 venció a las huestes de Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: Manuscrito donde se cuenta la historia de la Cava)
OTRA VERSIÓN DE LA LEYENDA:
Otra versión de la leyenda que parece más creíble, cuenta que la Cava era la amante de Don Rodrigo, que la muchacha no era tan virtuosa y que su baño desnuda obedecía a una provocación calculada, confiando en excitarlo tanto como para conseguir que la desposase.
Don Rodrigo cayó en las redes de la joven y, ya sea por fuerza o con promesas matrimoniales, sació su deseo, pero luego no llegó ninguna de las satisfacciones esperadas de modo que, al no ser elegida por éste como esposa y reina cuando ascendió a rey, conspiró con los partidarios del depuesto Witiza para traer los moros a la península.
Según la leyenda, el palacio de la princesa estaría pasando la Cava, en la actual Pagés del Corro, y de ahí que se conozca a esa calle por dicho nombre, la Cava.
Fuera como fuese, la muerte de Ruderico o Don Rodrigo acaba también con una etapa de la historia de España ya que los moros (aunque los partidarios de Witiza creyeran que habían venido a ayudarles), se quitaron pronto la careta y expresaron abiertamente que habían venido a conquistar la península para el Califato de Damasco y no a devolver el trono a nadie.
Nadie sabe cómo murió la hija del conde D. Julián. En aquel desquiciamiento de un imperio que con horrible estrépito se hundió en el Guadalete, en aquella desaparición de una raza entera, todos los personajes que, más que otros algunos, estaban en el camino del torrente que se desbordaba, fueron sepultados en sus aguas. La historia misma, espantada de tan tremendo juicio de Dios, rompió sus tablas y veló su rostro; y durante algún tiempo las sombreas se extendieron por todas partes… Cuando el primer momento de estupor hubo pasado, cuando recogió del suelo su estilo, con el que graba en la piedra las hazañas de los hombres, su primera página fue un lamento tristísimo y prolongado: el llanto de España que apunta la crónica atribuida al rey Don Alfonso X. Pero no quiso volver la vista atrás, y el fin de aquel sangriento drama, cuyo prólogo habían sido las orillas del Tajo, y cuyo epílogo eran los llanos de Jerez, quedó envuelto en el misterio más profundo. Nada se sabe de Don Rodrigo y D. Julián; todos ignoran el fin de Florinda, D. Oppas y los hijos de Wittiza.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: DON RODRIGO)
Esto no satisface a la tradición. Preguntadla, y ella os responderá que D. Rodrigo murió haciendo penitencia, trasformado en ermitaño, después de sufrir una expiación terrible a su delito; que D. Julián, D. Oppas y los hijos de Wittiza fueron muertos por los mismos árabes, que desconfiaban de ellos, y a quienes tan bien habían servido con su odio; que Florinda, en fin, loca de dolor y de vergüenza, vino a terminar sus días en este mismo torreón, mudo testigo de su crimen. Así refiere este último suceso la leyenda.
Victoriosos los árabes en el Guadalete, donde acudiera a detenerlos la parte más fuerte y vigorosa del pueblo godo, y envalentonados con su triunfo; derruidos, casi totalmente, los muros de las ciudades, y faltos de armas los brazos por disposición de Wittiza, que cambió todos los útiles de guerra en instrumentos de labranza, fácil fue a los vencedores, acaudillados por Tarik, apoderarse del resto de España. No tardaron mucho en llegar a la vista de Toledo, que se preparaba a resistirlos, cuando los judíos que vivían en el arrabal, y que tantas injurias, tantas ofensas tenían que vengar de los descendientes de Sisebuto, les abrieron las puertas de la ciudad. Desde aquel día, y durante 374 años, Toledo yació en la servidumbre, y sobre su alcázar y sobre sus muros flotó la media luna mahometana.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: El rey don Rodrigo arengando a las tropas en la batalla de Guadalete ,Museo del Prado)
Poco tiempo después de esto, los habitantes de la parte de Toledo inmediata al antiguo palacio de los reyes godos donde hoy se alzan la Puerta del Cambrón y San Juan de los Reyes, estaban amedrentados, y todas las noches, mientras el viento bramaba con furia, comentaban con terror la aparición de una mujer loca y desmelenada, que, prorrumpiendo en carcajadas salvajes , recorría con extraviados pasos las orillas del río, registraba con inquieta mirada su revuelto fondo, y sin detenerse nunca, sin alzar jamás los ojos al cielo, proseguía eternamente su carrera murmurando palabras incoherentes y sin sentido que llevaban el miedo y la tristeza al corazón de cuantos la oían. En vano hubo algunos bastante arrojados para esperarla en su camino y pedirla la explicación de sus actos; apenas veía que alguien trataba de aproximarse a ella, sus ojos aprecian prontos a salir de sus órbitas, su agitación era más extraordinaria, sus frases más incoherentes, más salvajes sus gritos: huía, huía, sin que nadie pudiera seguirla en su carrera desenfrenada.
¿Era un ser humano? ¿Era un espectro? ¿Tenía un cuerpo real, o era imaginaria la forma con que se presentaba a los mortales? Preguntas son estas cuya contestación hubiera dado mucho que hacer a los toledanos, que nada podían asegurar en asunto que tanto les importaba conocer. Pero su curiosidad se estrellaba ante un obstáculo poderoso: aquella mujer no quería ver a nadie, y no parecía vivir bien mas que en la soledad.
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Mucho tiempo pasó así; mucho tiempo fue objeto de las conversaciones mantenidas en voz baja y al oído, y de las mas aventuradas hipótesis. Un día, desapareció y nadie volvió a verla.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: Baño de la Cava, Toledo)
Pero, desde entonces, ocurrió una cosa muy extraña: todas las noches, apenas el sol hundía en el horizonte su disco de diamante y las nubes encapotaban el cielo, en esos momentos de calma que preceden a la tempestad, veíase, en pie sobre el torreón que hoy se conserva de los lujosos baños de la Cava, una figura descarnada y seca, con el cabello suelto al aire, volviendo a todas partes la triste mirada de sus ojos, sin expresión y sin vida; de repente, elevaba la vista hacia el que fue paladio de Don Rodrigo; el viento, que rugía, modulaba un grito prolongado, y, al expirar, otra sombra, la sombra de un hombre armado de todas armas, pero con la cabeza desnuda, surgía también sobre el arruinado alcázar. Y las dos fantasmas se miraban, clavaban uno en otro sus pupilas sin luz, y entonces era cuando el huracán rugía con más fuerza, cuando el río desbordaba su corriente por los campos vecinos e inundaba la fértil vega, cuando la claridad de la luna desaparecía por completo, y las tinieblas más espesas reinaban sobre el pueblo amedrentado. En aquellas horas, largas como el dolor, nadie se atrevía a salir a la calle, por miedo a encontrarse en las sombras de la noche con aquella mirada brillante que parecía desencadenar los elementos para lanzarlos sobre el mundo.
Algunos fieles acudieron, para buscar remedio a tantos males, a un viejo ermitaño que, retirado al centro de los montes, pasaba su vida en la abstinencia y el ayuno; le contaron los extraños sucesos que llamaban tan poderosamente su atención, y le pidieron que impetrase del cielo la gracia de que aquellas sombras volvieran a dormir sosegadas en sus sepulcro. Púsose en oración el anciano, cuando a la noche acarició el sueño sus pupilas, apareciósele una figura, semejante a la que le pintaran los toledanos, y esta figura abrió sus labios para hablar y le dijo:
-Yo soy Florinda la maldita, Florinda la Cava, la hija impura del conde D. Julián. Cuando supe que España era, por mi crimen, esclava de los hijos de Mahoma, una voz interior se alzó en lo más profundo de mi alma, mandándome venir, sin tregua ni descanso, a este lugar de mis culpas, a buscar mi honor perdido en las revueltas ondas del Tajo. Perdí la razón, pero no lo bastante para dejar de oír esta voz acusadora, y cruzando valles y llanuras, praderas y montañas, llegué a Toledo, y en Toledo he vivido mucho tiempo, sostenida por una fuerza misteriosa, buscando incesantemente lo que no me era dado encontrar. Por fin, mi vergüenza y mi dolor me mataron; allí, en aquel sitio, testigo de mis torpes placeres, yace insepulto mi cuerpo; mi alma va todas las noches, en penitencia, por orden de Dios, a llorar eternamente mi falta; y evocada por mi llanto, el alma de Rodrigo baja también a llorar la suya a las rotas almenas de su palacio. Vé allí, bendice en nombre del Omnipotente aquellos lugares malditos, y mi alma no volverá a aparecer en ellos.
Y la sombra desapareció, perdiéndose en el espacio.
Despertó sobresaltado el ermitaño, y aquella noche, seguido de los habitantes del arrabal, que llevaban teas encendidas, trasladóse a los antiguos baños de Florinda; apenas entró en ellos la cruz, el cuerpo de la desgraciada mujer, y en completo estado de putrefacción, se levantó por sí sólo, y fue a sumergirse en el río con admiración de todos. El ermitaño bendijo el breve recinto en nombre de Dios, y postrándose de rodillas rezó por las dos almas extraviadas, y todos oraron con él. ¡Cuadro de amor y de ternura! ¡Ver a aquellos seres, libres y felices en otro tiempo, ahora esclavos y proscritos en sus mismos hogares, rezando por el descanso eterno de los que habían sido causa de sus desventuras!
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR, PALACIO DE LA CAVA, TOLEDO)
¡Ya no volvió a verse en Toledo la sombra de Florinda!
Pero quedó el romance:
Amores trata Rodrigo descubierto ha su cuidado a la Cava se lo dice de quien anda enamorado. Miraba su lindo cuerpo mira su rostro alindado sus lindas y blancas manos él se las está loando
Rodrigo que sólo escucha las voces de sus deseos forzola y aborreciola del amor propio efectos.
La Caba escribió a su padre cartas de vergüenza y duelo y sellándolas con lágrimas a Ceuta enviolas presto.
¿Qué fue de Don Rodrigo?
De Don Rodrigo se ignora su suerte tras la contienda. Unos dicen que murió a manos de Táriq, otros que se ahogó en el Guadalete, pero nunca se encontró su cuerpo, lo que dio pie a más leyendas. Hay quien asegura que huyó a la actual Portugal, donde se convirtió en ermitaño, y que yace en Viseo. Una lápida supuestamente hallada en el lugar nombra a «Rudericus ultimus rex gothorum», según se recogió en la Primera Crónica de Alfonso X. El final más legendario lo recogen el romancero que cuenta que acabó sus días sepultado vivo con una culebra que le torturaba y le devoró el corazón. «Ya me come, ya me come, por do más pecado había, en derecho al corazón, fuente de mi gran desdicha».
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A Don Julián la mayoría de los relatos lo citan muerto a manos de los musulmanes, que desconfiaban de un traidor, pero ¿qué fue de Florinda? Una leyenda dice que murió «loca de dolor y de vergüenza» en el torreón de Toledo, o ahogada junto a él en el Tajo, en el mismo paraje donde Don Rodrigo la viera desnuda.
El hijo del ultraje:
En Pedroche cuentan, sin embargo, que tras la derrota en Guadalete, la hermosa Cava se refugió en un castillo de esta localidad cordobesa. Allí lloró junto a un pozo la pérdida del hijo que concibió de Don Rodrigo y que murió degollado por los invasores. Según la leyenda que recoge la web de Pedroche, encaramada sobre el brocal retorcido de la fuente que hoy lleva su nombre, maldijo su propio destino, arrojándose desesperada a sus aguas». Y también en Pedroche se dice que fue visto su fantasma.
A 229 kilómetros de este pueblo cordobés, en Torrejón el Rubio (Cáceres) una calle lleva el nombre de La Cava y existe un paraje llamado Huerto de la Cava donde cuentan que se levantaba un torreón que fue propiedad del conde Don Julián y donde se habría refugiado Florinda tras ser deshonrada. Allí dicen que su hijo permanece encantado y hace desaparecer a los muchachos que pasan allí de noche para reunir un ejército con el que reconquistar el reino de sus mayores.
El sustrato histórico:
La leyenda de Don Rodrigo y La Cava y sus múltiples versiones tiene como base histórica la situación política del reino visigodo en los inicios del siglo VIII. A la muerte del rey Witiza en el año 710, se designó como nuevo monarca a Don Rodrigo, lo que abrió una brecha entre los partidarios de los sucesores de Witiza y los adeptos al nuevo rey. Los primeros, entre los que encontraba el gobernador de Tánger y de Ceuta, vieron en la derrota de Rodrigo la oportunidad de recuperar el reino, de ahí la traición que permitió el desembarco árabe en Gibraltar.
FDO: ANTONIO CENIZA ALFONSO
(DIRECTOR , PRESENTADOR Y EDITOR DE CENIZA DA MORTE PODCAST, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MARÍN&CENIZA MISTERIOS PODCAST-RADIO, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MISTERIOS DE LAS NOCHES GALLEGAS PODCAST RADIO Y SUBDIRECTOR REDACTOR/EDITOR JEFE DEL GRUPO MISTERIOS GALICIA G.I.M.G)
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Dice la tradición toledana que en las noches de luna clara y luminosa, se vislumbra una sombra flotando sobre ella y sus alrededores. Es el espíritu del príncipe Abul-Walid que sale de su tumba para contemplar las siluetas de las viviendas, torres y cúpulas de la ciudad dibujándose en el resplandor lunar.
Corría el año 1083 y reinaba en Toledo Yahia Alkadir, nieto de Al-Mamum. Alfonso VI cercaba la ciudad arrasando las campiñas, esperando que el hambre obligara a rendirse a los musulmanes que defendían la plaza. Yahia recurrió al recuerdo de la amistad del rey castellano con su padre, de los beneficios que de aquel recibiera; se rebajó a ofrecerle tributo, un tanto gravoso para sus arcas y sus posibilidades; pero nada de ello hizo ablandar el corazón del «de la mano horadada», quien rechazaba todos los razonamientos y ofertas que a cambio de abandonar el sitio pudieran hacérsele. Sólo deseaba tomar la capital del reino moro de Toledo.
Yahia acudió a los reyes moros amigos, manifestándoles las terribles consecuencias que para el poder árabe tendría la caída de Toledo en manos cristianas; pero sólo encontró apoyo en las taifas de Zaragoza y Badajoz; sin embargo, la fortuna le volvía la espalda, pues el rey de Zaragoza murió antes de poder llevar a cabo su proyecto de ayuda y el de Badajoz murió también, después de ser derrotado por las tropas de Alfonso, que le salieron al paso cuando se dirigía hacia Toledo. Yahia no se resignaba a perder su reino y envió nuevos mensajeros al otro lado del estrecho, al norte de África. Los reyes africanos escucharon la angustiosa petición de ayuda que les enviaba su hermano de raza y decidieron mandar primero un observador para, una vez conocida la situación y las necesidades reales, determinar definitivamente la clase y cantidad de ayuda necesaria que debían enviar.
La elección recayó sobre el joven príncipe y valiente guerrero Abul-Walid. Llegó el príncipe africano a Toledo y fue recibido por Yahia, quien aproximadamente tendría su misma edad, como se acoge al que se piensa que es nuestra única salvación, como un náufrago se agarra a una tabla que flota en medio del mar y no tiene otro sitio donde asirse. Muy pronto se percató Abui de la gravedad de la situación.
Durante su estancia en Toledo se hicieron fiestas y torneos en su honor y conoció a Sobeyha, hermana de su anfitrión. El amor prendió entre ambos jóvenes y, en medio del dolor de la desgracia que les amenazaba, una chispa de gozo llenaba aquellos sensibles corazones.
A Abul, su cabeza te decía que tenía que volver a su tierra para contar a los reyes moros lo que había visto en Toledo y así cumplir con la misión que le había traído aquí, pero su corazón le retenía en la capital musulmana; no quería abandonar aquellos ojos negros como la noche, aquel cutis de terciopelo, aquellas mejillas tan suaves como pétalos de rosa; en una palabra, no quería abandonar a aquella princesa de la que se había enamorado locamente. Al final pudo más su obligación y no tuvo otro remedio que dejar Toledo, pero con la promesa de volver pronto con la ayuda precisa y con la intención de contraer matrimonio con Sobeyha.
Mientras Abul se hallaba en África reclutando gente y preparando todo lo necesario para volver a Toledo en ayuda de su amigo Yahia y con el más íntimo deseo de volver a ver a su amada, Alfonso Vi se apoderó de la ciudad, que no pudo resistir por más tiempo. Yahia abandonó el lugar que le vio nacer, pero no pudo llevarse con él a su hermana, pues Sobeyha, no pudiendo resistir las penalidades del sitio y consumida por la enfermedad, había muerto.
Un antiguo esclavo, Abén, que servía a Sobeyha desde niña, no acompañó en su proscripción a su señor Yahia, sino que quedó en Toledo para cumplir una misión que aquella le encomendó antes de morir: que esperara la venida de Abul y saliera a recibirle y le dijera que había muerto pensando en él, que había muerto esperándole. La caída de Toledo en poder de los cristianos levantó un intenso clamor de ansiedad y dolor en el mundo musulmán, que no se resignó a perderla así, sin más, sin intentar su recuperación. No había pasado mucho tiempo cuando apareció ante Toledo un numeroso y formidable ejército sarraceno venido de África para socorrer a sus hermanos, sin saber que Yahia se había rendido y la ciudad ya se hallaba bajo el poder del rey castellano. Era Abul-Walid que, después de resolver graves asuntos en su país y recuperarse de una larga y grave enfermedad, volvía para cumplir la promesa que un día dio a quienes habían confiado en él. Pero en verdad, lo que le había sostenido y ayudado a vencer todos los obstáculos, lo que le había dado fuerzas para luchar y resistir las horas de desesperación, había sido el recuerdo de su amada Sobeyha. Ansiaba volver para explicar a sus amigos los motivos de su tardanza y así disipar las dudas y sospechas que muy posiblemente habrían anidado en sus corazones y para asegurar sobre su vacilante trono al nieto de Al-Mamum y hacer su esposa a su hermana. Pero al llegar frente a Toledo, las malas noticias llegaron a él: la ciudad ya no pertenecía a su pueblo, los cristianos habían conseguido tomarla y sus pendones estaban enarbolados en sus torreones y Abén, el esclavo negro al que había conocido durante su estancia en Toledo, le comunicó la muerte de Sobeyha y sus últimas palabras. El corazón de Abul se llenó de tristeza al conocer lo sucedido a su amada por boca de aquel esclavo. Dejó caer la cabeza sobre su pecho y dos lágrimas se escaparon de sus ojos, rodaron por sus mejillas y regaron el suelo de su tienda; mas sacando fuerzas de flaqueza se repuso y exclamó: -He venido a liberar vuestra ciudad y cumpliré mi promesa. Quiero volver a pisar los lugares que ella tanto amó y es mi deseo visitarla en la tumba donde duerme su último sueño.
El ejército de Abul ocupó los alrededores de Toledo, al otro lado del río, situándose donde hoy se asientan los cigarrales y la Academia de Infantería.
El puesto de mando quedó instalado en la explanada que hay en las escarpadas y rocosas laderas del cerro que mira frente a la ermita de la Virgen del Valle. La tienda de Abul-Walid, con sus ricas sedas y valiosos tapices, se colocó junto a la mayor peña que corona el cerro y domina el paisaje. A ella subía todos los días y al atardecer se sentaba allí arriba y permanecía absorto y pensativo hasta que las tinieblas se apoderaban totalmente de la Tierra, mirando a la ciudad que guardaba en su seno los restos de la infeliz princesa Sobeyha. Dicen que muchas veces se le veía doblar la cabeza sobre el pecho y llorar amargamente.
Estudiada con sus capitanes la estrategia que seguir para entrar en la ciudad de Toledo y elegido el mejor momento para ello, dispuso su ejército para ejecutar lo acordado y arengó a sus tropas diciéndoles que estaba dispuesto a no moverse de allí hasta que no cayera Toledo en su poder y que no esperaba menos de ellos. Que Alá premiaría su esfuerzo y valor.
Los cristianos, desde los torreones y almenas de las murallas, veían todos los días al príncipe moro de pie en la alta roca y las numerosas tiendas y fogatas que cubrían todo el campo que se extendía ante su vista. Todo ello les infundía un gran temor y más cuando no tenían entre ellos a su rey Alfonso, quien un tiempo atrás había partido para León a fin de resolver ciertos asuntos importantes que requerían su presencia, y aunque le habían enviado mensajeros solicitando su ayuda, estos no habían conseguido atravesar el campo enemigo; pero allí se encontraba el Cid Campeador, a quien el rey había dejado al mando de la guarnición en el alcázar, el cual se propuso sorprender al ejército de Abul-Walid. Así, se adelantó a las intenciones enemigas y una noche, a favor de la oscuridad, salió de Toledo al frente de un numeroso ejército, atravesó sigilosamente el río y en un rápido despliegue dio un «golpe de mano» que sorprendió a las tropas musulmanas, sembrando el desorden en sus filas. Las sombras fueron sus más firmes aliadas, pues los moros llegaron a pelearse entre sí.
Al llegar las primeras luces del día, los musulmanes se dieron cuenta de su desastre y lo peor fue que encontraron a su rey muerto en la gran peña que casi nunca abandonaba. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, muestra de que se había batido con valentía y una flecha había atravesado su pecho y le había partido el corazón.
Los jefes que aún permanecían vivos en el bando agareno dispusieron que no había posibilidad de reconducir la situación y que lo mejor que podían hacer, para salvar las vidas de los que quedaban en pie, era rendirse. Así lo hicieron. Se entrevistaron con el Cid, el cual accedió a su petición, permitiendo que el resto del ejército sarraceno volviera a su tierra. Asimismo permitió que se enterrase el cuerpo de Abul-Walid bajo la roca, a fin de que se cumpliera su deseo de permanecer eternamente en ese lugar para poder contemplar, aunque fuera de lejos, la ciudad que acogía el cuerpo de su amada. Por eso, a esta roca que domina las alturas del cerro del Valle se la conoce desde entonces como la “Peña del rey moro”.
Pero la historia no acaba aquí. Al pie de la «peña» se pueden ver varios peñascos que, colocados unos sobre otros y vistos desde una posición determinada, figuran la cabeza de un hombre ceñida por un turbante. La tradición toledana explica el hecho de la siguiente manera: Partidos los restos del ejército moro y habiendo vuelto la tranquilidad a la zona, el alma de Abul-Walid salía todas las noches de su sepultura y se sentaba sobre la gran roca para contemplar la ciudad donde yacía su amada. Al llegar el alba volvía a su tumba. Cierto día, estando cercano el clarear de la aurora, pidió a Alá que le permitiera permanecer allí constantemente y no le obligase a ocultarse en su sepultura y el dios, viéndole tan desgraciado, le otorgó lo que pedía convirtiéndole en piedra.
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(DIRECTOR , PRESENTADOR Y EDITOR DE CENIZA DA MORTE PODCAST, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MARÍN&CENIZA MISTERIOS PODCAST-RADIO, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MISTERIOS DE LAS NOCHES GALLEGAS PODCAST RADIO Y SUBDIRECTOR REDACTOR/EDITOR JEFE DEL GRUPO MISTERIOS GALICIA G.I.M.G)
Gustavo Adolfo Bécquer publicó en el periódico El contemporáneo, los días 16 y 17 de julio de 1863, una leyenda con el título de «El Cristo de la Calavera» de clara ambientación toledana, como lo serían otras suyas. El poeta romántico conocía muy bien Toledo y su historia.
En el callejero del año 1778 ya se menciona la existencia de una pequeña plazuela de la «Cruz de la Calavera», cerca de la plaza del Seco y de la cuesta de San Justo. Su nombre procedía de la existencia de una imagen de Cristo crucificado con una calavera a los pies, muy posiblemente de inspiración barroca, que era iluminada por un pequeño farol de aceite.
Esa talla, según J. Porres, probablemente fue mandada retirar por el Ayuntamiento durante la primera guerra carlista, ya entrado el siglo XIX, o bien sufriría daños irreparables con el paso del tiempo, lo que provocó su posterior desaparición. Por su parte J. Moraleda, sitúa su ubicación en la plaza de la Cabeza o de Abdón de Paz, aunque en la fecha en que escribe sus «Cristos…», es decir en 1916, ya había sido «retirado de su sitio». Lo interesante del breve texto de Moraleda es que señala que la escultura «era de poco arte» y que un «episodio amoroso descrito por Bécquer de modo notable le dio notoriedad».
No cabe duda de que a lo largo del siglo XIX debió desaparecer esa cruz, que tal vez pudo contemplar Bécquer en sus años de estancia en Toledo. De su existencia da cuenta todavía la toponimia toledana. En el nomenclátor de 1864 aparece una «cuesta de la Calavera», aunque según J. Porres abarcaba el espacio que en la actualidad se denomina como cuesta del Pez. La cruz del Cristo de la Calavera se encontraba en la calle de ese nombre, una vez pasado el callejón del Toro en dirección hacia la cuesta de San Justo.
El ingenio y la fantasía de Bécquer construyeron una leyenda inspirada en la contemplación de ese crucifijo, en su denominación tradicional, en sus conocimientos de historia toledana y en la atracción que todos los románticos sentían por los sucesos medievales. A su talento, y no a la tradición, hay que atribuir posiblemente el origen de la leyenda del Cristo de la Calavera.
La leyenda podríamos resumirla en los amores de dos caballeros, don Lope y don Alonso de una dama, doña Inés de Tordesillas, dama principal de la corte. Cuentan que durante una celebración, a doña Inés se le cayó uno de sus guantes y ambos galanes, raudos, se lanzaron a recogerlo para devolvérselo. El problema es que lo recogen a la vez, cada uno de un extremo. Ninguno quería soltar el guante.
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Devolver el guante a doña Inés sería como un acto galante mediante el cual poderle demostrar su amor, y demostrar así que era el elegido para terminar con ella la noche.
Todos observaban la escena, paralizados. Ambos habían declarado su amor por una misma mujer. Tuvo que intervenir una tercera mano, era la mano del Rey, quien les arrebata el guante y se lo devuelve a doña Inés, no sin antes presagiar lo que bien podía pasar: “Tened el guante, y guardarlo bien, no sea que algún día os lo devuelvan manchado de sangre”.
Ambos amigos, don Lope y don Alonso, se habían dado cuenta de que sólo había una manera de discernir quién se quedaría con doña Inés: un duelo. Así que sin más no volvieron a mirarse, y al terminar la celebración buscaron un lugar apartado donde poder llevarlo acabo, y que cumpliera con dos cosas: que fuera amplio para poderse batir en duelo (algo complicado en Toledo) y que tuviera algo de luz.
Encontraron una calle con un pequeño ensanche, muy cerca de Zocodover, y que además tenía un cristo iluminado por un candil. Así que, sin mediar palabra, comenzó el duelo. El problema, cuenta Bécquer, que cuando los aceros chocaban la luz del candil se apagaba y volvía, al rato, a encenderse sola. Ellos extrañados, no comprendían el origen de ese misterio. Siguieron a lo suyo, pero la tercera vez que chocaron sus aceros, la luz de apagó bruscamente para no volverse a encender más y un fuerte viento les derribó al suelo. Entonces cayeron en la cuenta que quizá era una señal divina que les estaba queriendo decir que arreglaran eso de otra manera. Por ello, acuerdan ir a casa de doña Inés, y que sea ella la que diga con quién de los dos quiere quedarse.
Ya rozando el alba, cuando están llegando a casa de doña Inés, en su balcón pueden ver cómo un hombre se descolgaba por él y ella le despedía con frases cariñosas. Los dos caballeros irrumpieron en una sonora carcajada, pues entendieron que ella se había reído de su verdadero amor. La joven escuchó las carcajadas y se metió rápidamente a su habitación, cerrando el balcón.
A la mañana siguiente, un entarimado en Zocodover para despedir a las tropas que partían a la batalla contra los moros. A la cabeza del entarimado la reina y, junto a ella, dona Inés por ser una de las damas principales.
Esperaba ver al vencedor del duelo, pero cual no sería su sorpresa cuando, detrás del Rey, iban estos dos amigos y, al pasar por delante de ella, irrumpieron en la misma carcajada que la noche anterior al mismo tiempo que la miraban. Ella entendió todo, y calló turbada a los pies de la reina.
FDO: ANTONIO CENIZA ALFONSO
(DIRECTOR , PRESENTADOR Y EDITOR DE CENIZA DA MORTE PODCAST, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MARÍN&CENIZA MISTERIOS PODCAST-RADIO, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MISTERIOS DE LAS NOCHES GALLEGAS PODCAST RADIO Y SUBDIRECTOR REDACTOR/EDITOR JEFE DEL GRUPO MISTERIOS GALICIA G.I.M.G)
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Leyenda de amor, cuya ubicación la encontramos en la Plaza de San Justo, delante de la Iglesia de Santos Justo y Pastor, muy cerca de la Catedral en un momento convulso como fue el reinado de Enrique IV y donde las familias nobles luchaban por el poder real.
Corría el desdichado y turbulento reinado de Enrique IV, llamado el Impotente, más por su desacierto y desgobierno que por su supuesta incapacidad para engendrar herederos de la Corona. Castilla arde en constantes luchas entre las distintas familias nobiliarias que se disputan el poder que un rey débil y voluble no sabe ejercer. En Toledo, esta puja de cristianos nuevos o conversos, y la de los Ayala, adalides de los cristianos viejos. La lucha, inevitablemente, estalla y se concentra en torno a la Catedral, cuyos muros quedan salpicados por la sangre de los contendientes.
(FOTOS SUPERIORES, SAN JUSTO, PLAZA)
Cuenta la leyenda que una noche, Don Diego de Ayala iba de camino hacia la plaza de San Justo para encontrarse con su enamorada Doña Isabel, vecina de ese lugar. Don diego cuando llega a la plaza y, como buen cristiano, hizo una breve oración al Cristo de la Misericordia que se encontraba en la fachada del templo. Justo en ese momento, empezó a escuchar unas voces de una mujer que parecía estar en peligro y que provenían de uno de los callejones aledaños a la iglesia. Raudo, salió en busca de esa dama.
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Cuando don Diego se metió por uno de los callejones cercanos, pudo contemplar una dama, que estaba siendo atacada por varios caballeros. Para su sorpresa, esa dama era Doña Isabel, su enamorada, y los que la atacaban, los Silva, enemigos acérrimos de su familia. No tenía más remedio, aunque sabía que poco iba a poder hacer, tenía que salvar a su amada de manos de esos malvados.
(FOTOS SUPERIORES, SAN JUSTO, PLAZA)
Experto espadachín, se enfrenta Diego, en combate desigual, con aquellos miserables, pero estos, rondando la docena, son demasiado numerosos y le obligan a retroceder sujetando contra sí el cuerpo tembloroso de Isabel. En un intento por abrir las filas enemigas, lanza el caballero un diestro mandoble y logra herir a un adversario, y al caer éste, descubre el rostro del jefe que manda el grupo y que se agazapa cobardemente tras sus sicarios. El de Ayala reconoce los ojos malignos y la sonrisa irónica de Lope de Silva, su más encarnizado rival y que en otros tiempos fue pretendiente de Isabel, siendo rechazado por ésta. Él es el promotor de toda esta infamia, de tan ruin venganza. Desfallecido, Diego baja la guardia un instante, y, entonces nota el frío acero desgarrar sus carnes.
Herido, al límite de su resistencia, apoya sus espaldas en la rinconada de la iglesia de San Justo. Al alzar los ojos, ve, sobre sus cabezas, la figura del Cristo de la Misericordia, alumbrado por una humilde lamparilla y, mientras escucha los ahogados gemidos de su prometida, encomienda sus plegarias al Cielo.
– ¡Dios mío! No por mí, sino por ella. Haz conmigo tu voluntad, Señor, pero salva su vida y honor.
Y en ese supremo momento, abriéronse los muros en un protector abrazo que engulló a don Diego y a Isabel al interior del templo, cerrándose a continuación como si una fuerza fantasmal y poderosa hubiera actuado, invisible a los ojos mortales, en la negrura de la noche. Las piedras al cerrarse también dejaron un muro de silencio y a los secuaces de don Lope inmovilizados como estatuas de hielo blandiendo sus espadas. Pero tan sólo fue un momento de estupor. Aún atónitos y enrabietados, los sicarios descargaron su frustración arremetiendo a tajos y cuchilladas contra las venerables y piadosas piedras. Cegados por el odio dejaron allí la marca indeleble de sus estocadas y entonces tronó la voz enfurecida de Lope de Silva:
– ¡A la iglesia, allí están! ¡Echad abajo la puerta y acabad con ese maldito don Diego para vengar la sangre de nuestros caídos!
Subiendo en tropel cual jauría cargaron con saña contra las puertas del templo y cedido hubieran éstas si un nuevo hecho sobrenatural no hubiera acontecido. De repente, sin que mano humana las accionase, comenzaron las campanas de la iglesia a tocar a rebato rasgando el silencio nocturno. En pocos instantes se iluminaron todas las ventanas del barrio y salieron de sus casas numerosos vecinos alarmados por el súbito estruendo. Así que vio aquel torrente de gentes armadas que se consagraban en la plaza, dio por perdido su objetivo don Lope de Silva y, con sus esbirros, emprendió tan rápida huida como sus trémulas piernas le permitieron.
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Llegados los vecinos al interior del templo, encontraron a Isabel con el rostro bañado en lágrimas, mientras vendaba las heridas de Diego con tiras de tela arrancadas de su camisa. Las campanas seguían doblando con furia y nadie las hacía sonar.
De poco le sirvió a don Lope su apresurada huida, pues poco tiempo después, pacificada ya la ciudad y derrotada su facción, fue apresado y ajusticiado en pago a sus desmanes. Dos meses han pasado y Diego se encuentra de nuevo en el interior del templo en cuyos muros estuvo a punto de acabar su existencia.
Arrodillado frente al altar sus labios no dejan de desgranar rezos y oraciones de agradecimiento a quien él sabe que fue su salvador aquella dramática noche: el Cristo de la Misericordia o, como ya comienzan a llamarle los toledanos, el Cristo de las Cuchilladas. Y a su lado, también arrodillada y orando está Isabel. Su belleza, suavidad y dulzura resplandecen en su inmaculado traje de novia, mientras esperan ambos el momento de unir sus vidas y destinos para siempre.
FDO: ANTONIO CENIZA ALFONSO
(DIRECTOR , PRESENTADOR Y EDITOR DE CENIZA DA MORTE PODCAST, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MARÍN&CENIZA MISTERIOS PODCAST-RADIO, DIRECTOR REDACTOR/EDITOR DE MISTERIOS DE LAS NOCHES GALLEGAS PODCAST RADIO Y SUBDIRECTOR REDACTOR/EDITOR JEFE DEL GRUPO MISTERIOS GALICIA G.I.M.G)
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