Una vez, un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad.
EL AUTOR: ANTONIO CENIZA
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Un guerrero indio, ciego de ira, acudió al jefe de la tribu para informarle que se vengaría de un enemigo. Desde sus entrañas clamaba la sangre de éste, y sólo deseaba darle muerte. El jefe escuchó con calma al joven guerrero, y le indicó que, antes de ejecutar su venganza, cogiera su pipa de tabaco y fumara tranquilamente a pie del árbol sagrado del pueblo.
Éste, que profesaba un profundo respeto hacia su líder, hizo caso y se sentó a fumar en el árbol sagrado. A la hora, regresó. Le confesó que había cambiado de parecer, que la decisión de asesinar a su enemigo era excesiva, pero que estaba totalmente decidido a propinarle una brutal paliza, ya que así nadie se atrevería a ofenderle. Por segunda vez, el jefe escuchó, con semblante pensativo, al guerrero indio. Aprobando la resolución que había tomado su súbdito, le ordenó que volviera al árbol sagrado y se fumara otra pipa.
Obediente, el joven retornó al árbol y fumó otra pipa. En esta ocasión, meditó tranquilamente media hora. Más calmado, le comunicó al cacique que había vuelto a cambiar de opinión. No le propinaría una brutal paliza, sino que le reprocharía, delante de su familia y conocidos, su grave ofensa. Así pasaría vergüenza y no se atrevería a volver a ofenderle. El anciano se mostró complacido. Pero le solicitó que se fumara una tercera pipa, que tiempo tenía de sobra. El muchacho aceptó, aunque se sentía desconcertado.
De vuelta al árbol sagrado, el joven se sentó a fumar su tercera pipa. Aunque al principio se sentía un tanto molesto con el anciano, al rato, su ira del principio acabó disipándose en el aire, como el humo de su tabaco. Totalmente relajado, acudió presuroso a la tienda del jefe indio. Finalmente, le dijo: “creo que tiene razón. Tampoco es para tanto. Iré al hogar del que hasta ahora era mi enemigo, le daré un abrazo y lo recuperaré como amigo. Seguro que se arrepentirá de lo que me ha hecho…”.
El anciano, satisfecho, le regaló tabaco por partida doble a su joven guerrero, para que se fuera fumar junto a su amigo. Justo cuando éste se iba, añadió: “era justo lo que quería decirte. Pero no debía hacerlo, era necesario que lo descubrieras por ti mismo…”.
FDO: ANTONIO CENIZA
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