En estas conversaciones estaban, cuando llegaron a un paso estrecho, que pronto viene a mostrar el nacimiento de una fuente, para gran júbilo de sus descubridores. Aquellas frescas aguas restablecieron en poco tiempo la salud de Almanzor, y la de toda la población, que ya empezaba a enfermar por falta de medidas higiénicas.
El gran Almanzor, fiel a la promesa, y agradecido por los servicios de aquella joven cautiva cristiana, se dispuso a concederle cualquier petición que ella formulara. Pero no fue ni oro ni joyas lo que quería aquella joven. Una vez más, la joven volvió lo volvió a sorprender:
– Señor Almanzor, bien sabes que a lo largo de los siglos cristianos, hebreos y árabes han convivido pacíficamente a la sombra de estos montes. Espadán abrazó a todos, pero ahora es un señor de lejos quien ha dictado que los de mi religión y los de la vuestra no puedan seguir viviendo juntos. Esa ley ha causado en vosotros un gran dolor, pues os aparta de vuestras tierras y familias, pero también a nosotros, que igualmente hemos sufrido esas pérdidas.
“Mis padres y hermanos, a causa de este enfrentamiento, tuvieron que irse al otro lado de la sierra, donde supongo rezarán para que esto termine pronto, y yo regrese pronto, aliviando así sus penas de corazón. Así pues, mi señor, simplemente te pido ser libre, que me devuelvas con los de mi mismo credo, y lo más prontamente posible, al lado de mis añorados y amados padres.
Aquella petición llena de verdad y sentimiento, consiguió enternecer al rey, y aunque sintió pena por la pérdida de tan fiel y valiente esclava, no faltó a su palabra, y accedió a su petición.
– Cristiana, grandes verdades dices, y aunque llevo puesta una coraza de guerrero, guardo corazón de hombre. Coge tus cosas, ve con los tuyos, y que Alá te guíe y acompañe.
Cuando cesaron las guerras, el suceso protagonizado por la cristiana y el fiero Almanzor corrió como un reguero de pólvora, y como recuerdo de aquel honroso hecho, de Almanzor se llamó en adelante tanto la fuente, como el barranco que recoge sus aguas. Es curioso que este mismo barranco, tan solo unos metros más abajo del lugar donde recoge las aguas de la fuente cambie su nombre por el de Íbola, y que tras rebasar la población, vuelva a cambiar de denominación, siendo ahora la Rambla de Almedíjar, que termina su curso en el río Palancia, a la altura de Soneja.